LOS HARAKBUTS, LA COMUNIDAD AMAZÓNICA QUE NO QUIERE DESAPARECER
Si hay algo que los más de 3.500 nativos de las comunidades amazónicas no ensayaron para la llegada del papa Francisco a Puerto Maldonado, fue la emoción y casi euforia que sintieron con cada una de las frases que Yesica Patiachi Tayori pronunció con énfasis ante el pontífice.
“Somos los sobrevivientes de muchas crueldades e injusticias. Nuestros hermanos indígenas de varias regiones de la Amazonía sufren por las explotaciones de nuestros recursos naturales. En la actualidad, muchos foráneos invaden nuestros territorios: los cortadores de árboles, los buscadores de oro, las compañías petroleras, los que abren trochas para abrir caminos de cemento, ellos entran a nuestros territorios sin consultarnos”.
Mensaje contundente y aplausos, muchos aplausos. El Papa la observa y emana un aire de complicidad, una media sonrisa certera.
Yesica, de 31 años, no tiembla, se muestra serena ante las más de cinco mil personas que compartieron la indignación de su mensaje.
Ese grito de auxilio que, dice ella, tenían aguantado en la garganta desde siempre. Yesica y su tío Luis Miguel Tayori, ambos de la comunidad nativa Puerto Luz del pueblo harakbut, fueron los elegidos para decir, en menos de seis minutos, lo que muchas veces no pueden expresar a los misioneros católicos o a las autoridades que casi nunca ven. Iban a tener en frente al líder de la Iglesia Católica y al presidente Pedro Pablo Kuczynski, no había lugar para los nervios.“Ya nos habíamos enterado de que venía el Papa y queríamos saber cómo podíamos transmitirle nuestro pensamiento, que el mundo conozca lo que a nosotros nos afligía y de qué forma el Papa podía ser un aliado para nosotros”, explica.
El discurso original fue elaborado con cuatro meses de anticipación y en lengua harakbut. Por protocolo del Vaticano, tuvieron que traducirlo al español.
Lo que el Papa respondió a su mensaje no se lo esperaban. Habían leído la encíclica “Laudato si”, en la que Francisco aboga por la protección de la “casa común”, en este caso la Amazonía, pero no esperaban que exhortara a las autoridades a no ser indiferentes a sus necesidades.
—Cuerpos pintados—
Con el jugo negro del huito, fruto típico de la selva, Yesica se pinta los brazos, las piernas y el rostro. Debe cubrir lo que su vestimenta no tapa. Si su piel no está coloreada, los espíritus del río y del bosque pueden identificarla como un enemigo y hacerle daño.
“La pintura es un pasaporte para el mundo acuático y terrestre, nos protege”, agrega Yesica. Así piensan los harakbuts, comunidad nativa de más de dos mil habitantes que viven cerca de los ríos Madre de Dios, Inambari, Manu, Colorado, Puquiri, entre otros.
Los harakbuts, que se traduce como humanidad en español, recién tuvieron contacto con otra civilización en el siglo XVI y cuatro siglos después fueron auxiliados por los misioneros dominicos cuando eran esclavizados en pleno auge del caucho.
“Los caucheros nos estaban exterminando de la forma más atroz y los curas nos salvaron, eso nos cuentan los abuelos”, agrega Patiachi.
Al igual que los matsigenkas, los ese ejas y otras comunidades nativas de Madre de Dios, los harakbuts han ido perdiendo sus costumbres y su lengua originaria con el paso de las generaciones y por el mestizaje con el que conviven.
Yesica y los nativos que representa dicen que están agradecidos con la Iglesia Católica, pero aclaran que no se aferran a su Dios. En lo único que creen con firmeza (y esperanza) es en que no quieren desaparecer.
Fuente: El Comercio